En la travesía de mi carrera tecnológica, pasé de ser un programador introvertido a enfrentar el desafío de liderar. Este camino, a menudo incómodo, me ha enseñado que el liderazgo va más allá de un cargo; es una práctica constante de movilizar a las personas para el cambio, especialmente en un entorno tan dinámico como el de la tecnología.
De la línea de código al liderazgo adaptativo 💻
Cuando empecé, mi mundo era el de la lógica binaria y las líneas de código. Me sentía seguro detrás de la pantalla, resolviendo problemas técnicos que tenían una solución clara. Mi rol era el de un solucionador técnico, como diría Heifetz. Si el código fallaba, había un bug que corregir. .
Sin embargo, a medida que mi carrera avanzaba, los problemas que enfrentaba se volvieron más complejos. El desafío ya no era solo escribir el código, sino alinear a los equipos, entender las necesidades de los usuarios y construir una visión compartida. Me di cuenta de que no había una “función” para resolver estos problemas. Eran desafíos adaptativos, que exigían que todos cambiaran su forma de pensar y trabajar.
La paradoja de la autoridad y la influencia 🚀
Al asumir mi primer rol de liderazgo, esperaba que mi nueva “autoridad” me diera las respuestas. Como en los modelos de Weber, pensaba que el cargo me daría el poder de hacer que las cosas sucedieran. Me costó entender que tener un título no me hacía un líder, ni me daba el derecho a esperar que la gente simplemente me siguiera.
Fue un momento de gran vulnerabilidad. Tuve que dejar de ser el “experto” que daba todas las soluciones y empezar a ser el que hacía las preguntas. Tuve que ir a “ir al balcón”, observando las dinámicas de equipo, las resistencias y los miedos. Aprendí que mi verdadero poder residía no en dar órdenes, sino en regular la angustia del equipo. No se trataba de eliminar la tensión, sino de mantenerla en un nivel productivo que nos empujara a innovar y a crecer juntos.
Liderar desde la vulnerabilidad y el propósito 💪
Mi viaje me ha enseñado que el liderazgo es un acto de servicio. No se trata de demostrar qué tan inteligente soy, sino de devolver el trabajo a la gente y empoderarlos para que encuentren sus propias soluciones. Se trata de crear un espacio seguro donde el fracaso sea una oportunidad de aprendizaje, no un castigo.
Quizás, la lección más grande es que la motivación real no viene de un plan de bonos o de un horario de oficina flexible. Viene del propósito. Al enfrentar un problema adaptativo, el equipo se une en un propósito compartido, y es en ese proceso que se genera la lealtad y el compromiso.
Al final del día, mi viaje de programador a líder ha sido un viaje personal, un recordatorio constante de que para liderar a otros, primero hay que enfrentar nuestras propias limitaciones y miedos. Es un trabajo continuo, lleno de retos, pero la satisfacción de ver a un equipo crecer y superar lo que creían imposible no tiene precio. Aun me falta, pero voy esperanzado, aprendiendo por el camino y tratando de enseñar a los demás.